Durante los últimos días se han llevado a cabo conversaciones que apelan a la vía diplomática para desescalar el potencial conflicto entre Rusia y Ucrania, cuyo estallido parece cuestión de tiempo.

En diciembre hubo dos encuentros virtuales entre el presidente de Rusia, Vladimir Putin y su homólogo estadounidense, Joe Biden, y en los último días han tenido lugar reuniones entre el canciller ruso Sergei Lavrov y el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken.

Pero la diplomacia no ha surtido efecto y por el momento no se avistan soluciones mientras Moscú y Occidente no ceden en sus respectivas demandas. De hecho, en Europa, algún tipo de incursión militar rusa en Ucrania prácticamente se está dando por sentada, y aunque se insiste en alimentar los canales diplomáticos, las interrogantes son más bien hasta dónde sería capaz de llegar Putin y cuál debe ser la respuesta adecuada.

Por un lado, Rusia demanda un compromiso de Occidente de que Ucrania, país con el que comparte más de 1,400 millas de frontera, no ingresará a la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y presiona para que la Alianza Atlántica retire sus fuerzas de Estonia, Letonia, Lituania, y otros países del llamado espacio ‘post-soviético’. Por su parte, los países del bloque militar no parecen dispuestos a hacer semejantes concesiones y consideran ilegítimo que Rusia dictamine la membresía y otras disposiciones tácticas y defensivas de la organización. Las movilizaciones de la OTAN en países cercanos a Rusia aumentaron tras la invasión y anexión rusa de la península de Crimea en 2014.

Para presionar y exigir que se cumplan sus demandas, Moscú ha movilizado a más de 100,000 efectivos y armamento cerca de la frontera con Ucrania y realiza maniobras de seguridad en Bielorrusia, un país aliado y también vecino de Ucrania. En respuesta, varias naciones, incluido EEUU, han enviado apoyo militar a Kiev, en una clara escalada de tensiones.