El Carnaval brasileño ha vuelto.
Se confeccionan nuevamente los disfraces extravagantes y llenos de brillos. Los sones de samba reverberarán en el Sambódromo de Río hasta el amanecer. Cientos de fiestas estridentes inundarán las calles y el jolgorio animará —económica y emocionalmente— los barrios de trabajadores.
El año pasado, la pandemia de COVID-19 obligó a aplazar el Carnaval de Río por dos meses y aguó la diversión, de la que participaron sobre todo los locales. Este año, el gobierno federal prevé que unos 46 millones de personas participarán de las festividades, que oficialmente se desarrollan del 17 al 22 de febrero. La cifra incluye a los visitantes a las ciudades que han convertido el Carnaval en una fiesta de repercusión mundial: Río, desde luego, pero también Salvador, Recife y últimamente también Sao Paulo.
En todas estas ciudades han comenzado las fiestas callejeras.
La mayoría de los turistas buscan ávidamente las fiestas callejeras, llamadas blocos. Hay más de 600 blocos autorizados y otros que no lo están. Los más grandes atraen a millones, como un bloco que toca canciones de los Beatles con ritmo carnavalesco para una multitud de cientos de miles. Los grandes blocos fueron cancelados el año pasado.
“Queremos ver las fiestas, los colores, la gente y nosotros mismos gozando del Carnaval”, expresó la turista chilena Sofía Umaña, de 28 años, cerca de la playa de Copacabana.
El espectáculo principal está en el Sambódromo. Las grandes escuelas de samba, las de los barrios obreros, gastan millones en desfiles de horas con carrozas y disfraces extravagantes, explica Jorge Perlingeiro, presidente de la asociación de escuelas de Río.
“Lo bueno y hermoso cuesta mucho; los materiales de Carnaval son caros”, dice Perlingeiro en una entrevista en su oficina junto a los depósitos de las escuelas. “Es una fiesta tan importante… Es una fiesta de la cultura, la felicidad, el espectáculo, el ocio y, sobre todo, el aspecto comercial y social”.
Aseguró que el Carnaval de este año romperá todos los récords en el Sambódromo, donde las entradas están agotadas y se esperan unas 100.000 personas entre espectadores y personal, más 18.000 participantes en los desfiles. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva previsiblemente no asistirá, pero su esposa, Rosângela da Silva, ha dicho que sí lo hará.
La presencia de la primera dama indica un cambio con respecto al anterior presidente Jair Bolsonaro, que siempre mantenía distancia del gran evento cultural nacional.
Con casi 700.000 muertes por COVID, Brasil ocupó el segundo lugar en el mundo después de Estados Unidos y muchos lo atribuyeron a la respuesta del gobierno de Bolsonaro, lo que debilitó su campaña por la reelección, que finalmente perdió. Muchos blocos este año festejan no sólo el regreso del Carnaval sino también la derrota de Bolsonaro.