Retórica elevada, súplicas urgentes y promesas de cooperación contrastaban este lunes con un contexto de cambios políticos sísmicos, guerras globales y dificultades económicas en el inicio de las negociaciones climáticas anuales de Naciones Unidas, que abordaron de inmediato la parte más difícil: el dinero.

En Bakú, Azerbaiyán, donde se perforó el primer pozo petrolero del mundo y el olor del combustible era notable al aire libre, la sesión de dos semanas, denominada COP29, se centró de inmediato en el objetivo principal de negociar un nuevo acuerdo sobre cuántos cientos de miles de millones —o incluso billones— de dólares al año fluirán de las naciones ricas a las pobres para intentar mitigar y adaptarse al cambio climático.

El dinero está destinado a ayudar al mundo en desarrollo en la transición de sus sistemas energéticos, desde los combustibles fósiles que calientan el planeta hacia la energía limpia, compensar por desastres climáticos mayormente provocados por las emisiones de dióxido carbono de las naciones ricas y adaptarse a futuros climas extremos.

“Estos números pueden parecer grandes, pero no son nada comparados con el coste de la inacción”, dijo el nuevo presidente de la COP29, Mukhtar Babayev, al asumir el cargo.

“La COP29 es un momento de verdad para el Acuerdo de París”, que en 2015 estableció el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5 grados Celsius (2,7 grados Fahrenheit) desde tiempos preindustriales.

Este año, el mundo va camino de alcanzar 1,5 grados Celsius de calentamiento y se dirige a convertirse en el año más caluroso en la civilización humana, anunció a principios de este mes el servicio climático europeo Copernicus.

Pero el objetivo de 1,5 grados del Acuerdo de París es sobre décadas, no sobre un año de ese nivel de calentamiento.