La búsqueda de una “paz total” en Colombia —con diálogos simultáneos con grupos ilegales y bandas urbanas— se ha vuelto un camino espinoso, con algunos avances, pero más lento de lo que el presidente Gustavo Petro había anticipado.
A más de un año de su puesta en marcha, los logros más notorios se han dado en las mesas de negociación con la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Estado Mayor Central, la mayor disidencia de la extinta guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Mientras que hay acercamientos incipientes con la disidencia Segunda Marquetalia y las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada, de herencia paramilitar.
Sin embargo, analistas coinciden en que el espíritu de la política gubernamental de menguar la violencia se puede quebrar si no se avanza con el Clan del Golfo, el cártel de narcotráfico activo más grande del país.
”Es muy preocupante que el grupo más grande no haga parte del proyecto de paz total, eso significa que tienen mucho poder y pueden presionar al ELN, al EMC, a los urbanos y romper la lógica de este proyecto”, dijo a The Associated Press Elizabeth Dickinson, analista senior para Colombia del International Crisis Group.