Las redes sociales se han vuelto una parte fundamental de nuestra vida cotidiana. Configuran la forma en que nos relacionamos, influyen en nuestros intereses e incluso moldean nuestra idea de belleza y, con ello, la percepción que tenemos de nosotros mismos.

¿Qué han hecho las redes con la definición de belleza?

La belleza siempre ha respondido a patrones que cambian con el tiempo. Lo que en décadas pasadas resultaba atractivo, hoy puede no serlo, y viceversa. Cada definición depende de su contexto cultural e histórico. Sin embargo, en la actualidad ocurre algo particular: uno de los factores que más determina lo que consideramos bello proviene directamente de las redes sociales.

Las tendencias sobre lo que se considera atractivo —ya sea en estilos de vestir, estéticas o tipos de cuerpos— aparecen y desaparecen con rapidez. Pero hoy nos enfocaremos en un aspecto específico: los rostros.

Con la llegada de los filtros en plataformas como Snapchat o Instagram, nuestros rostros digitales han comenzado a alejarse cada vez más de nuestra identidad real. Rasgos que solían distinguirnos ahora parecen uniformarse. Pero antes de profundizar en esto, es importante entender dos conceptos clave.

¿Qué es la “dismorfia de selfi”?

Este es un trastorno ligado a la ya conocida dismorfia corporal, pero en este caso la persona se obsesiona con la versión de sí misma retocada con los filtros de redes sociales.

Esta obsesión se produce por el uso excesivo de filtros que alteran la apariencia de los usuarios dejando una imagen que “mejora” la apariencia pero la hace distante de la realidad. Esto deja como resultado una insatisfacción de la imagen real y la comparación constante con nosotros mismos con filtro.

Algunas de las cosas que puedes sentir al experimentar esto es baja autoestima, depresión, comparación constante, e incluso la búsqueda de procedimientos para parecerse a las fotos editadas.

¿Qué es “Iphone Face”?

Este término se refiere a la creciente estandarización de rasgos faciales impulsada por filtros y cámaras frontales: rostros más delgados, pómulos elevados, piel tersa, ojos grandes y mandíbula marcada. Una estética repetida que poco a poco se vuelve aspiracional.

Por todo esto, en la actualidad no es raro que una persona lo piense dos veces antes de subir una foto de si misma sin filtros ni edición.

El problema de todo esto

Como mencionamos, los estándares de belleza siempre han existido, pero lo preocupante ahora es que la referencia ya no es una figura pública o un ideal externo: somos nosotros mismos… pero editados.

Esto ha generado una homogenización de la belleza, donde cada vez más rostros buscan parecerse entre sí, y aunque las redes han democratizado la expresión y la información, en este caso también han generado estos espejos distorsionados en los que el autoestima y la autopercepción entran en juego.

Frente a esto reconocer cómo estos filtros cambian nuestra relación con nuestro propio rostro es el primer paso para recuperar una mirada más real, diversa y humana hacia la belleza.

La próxima vez en que te tomes una foto y pienses en usar filtro o editarla puedes pensar en el valor de tus particularidades y como esos rasgos que tal vez marcan la diferencia son los que te dan identidad.