El estrés ha sido durante mucho tiempo un compañero silencioso de la vida moderna. Aunque es una reacción biológica esencial para la supervivencia humana, cuando se vuelve crónico y constante, puede convertirse en un factor de riesgo significativo para la salud física y mental. La ciencia lo ha venido confirmando, el estrés sostenido no solo genera malestar emocional, sino que también deja huellas profundas en el organismo.

La doctora Kim Anderson, directora clínica regional del Centro de Recuperación Alimentaria y del Centro Pathlight para el Estado de Ánimo y la Ansiedad en la Región Este de Estados Unidos, ha advertido sobre la magnitud de este impacto. Según la especialista, el estrés puede alterar múltiples sistemas del cuerpo humano. “Realmente puede afectar a todos los sistemas orgánicos de nuestro cuerpo, el respiratorio, el digestivo y el cardiovascular”, señaló en una reciente entrevista. Es en este último sistema, el cardiovascular, donde muchas personas reconocen una conexión directa, el estrés como desencadenante de enfermedades cardíacas. Pero su alcance va mucho más allá.

Un estudio reciente citado por la doctora Anderson puso de manifiesto cómo el estrés puede incluso aumentar el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular, particularmente en mujeres jóvenes. La investigación analizó a mujeres de entre 18 y 49 años y concluyó que quienes enfrentaban mayores niveles de estrés eran más propensas a padecer un derrame cerebral. Este hallazgo es un recordatorio de que el estrés no discrimina por edad y que su efecto nocivo puede manifestarse en etapas tempranas de la vida adulta.

Aunque el estrés en sí no es un enemigo forma parte del mecanismo natural de lucha o huida del cuerpo, el problema surge cuando este estado se prolonga o se activa con demasiada frecuencia. Cuando esto ocurre, el cuerpo entra en un estado de alerta continua, el corazón late más rápido, la respiración se intensifica y es común sentir náuseas u otros síntomas físicos. Estas reacciones, que son normales ante una amenaza puntual, pueden resultar peligrosas cuando se repiten día tras día.

La buena noticia es que existen estrategias simples y efectivas para reducir esa respuesta fisiológica al estrés. Anderson explica que prácticas como la respiración profunda particularmente la respiración diafragmática pueden inducir una respuesta de relajación que contrarresta el estrés. También recomienda la actividad física vigorosa como una herramienta útil en momentos de alta tensión. “En 10 minutos, puedes salir y dar un paseo rápido y te calmarás”, afirmó.

El ejercicio no solo ayuda a liberar tensiones acumuladas, sino que también promueve la liberación de endorfinas, conocidas como las hormonas de la felicidad, que generan una sensación general de bienestar. Además, otro factor clave para mantener el estrés bajo control es el sueño. Dormir bien es fundamental para que el cuerpo y la mente puedan procesar las experiencias del día y recuperar el equilibrio interno. Anderson destaca que una rutina de sueño saludable, combinada con ejercicio regular, puede mejorar significativamente la forma en que el cuerpo responde al estrés.

Este enfoque integral, que incluye actividad física, respiración consciente y descanso reparador, no solo actúa como escudo ante el estrés agudo, sino que también fortalece la salud general. En un mundo donde las exigencias del día a día parecen no dar tregua, aprender a cuidar del cuerpo y la mente se vuelve una necesidad urgente. La clave está en reconocer las señales, frenar a tiempo y adoptar hábitos que nos permitan mantener el equilibrio, antes de que el estrés haga mella en nuestra salud.