Sidney Poitier, el actor pionero e inspiración perenne que transformó la manera en la que era retratada la gente negra en pantalla y se convirtió en el primer actor negro en ganar un Premio de la Academia en un papel protagónico así como el primero en ser una potencia de la taquilla ha muerto. Tenía 94 años.

Poitier, galardonado con el Oscar en 1964 por “Lilies of the Field” (“Los lirios del valle”) falleció el jueves en su casa en Los Angeles, de acuerdo con Latrae Rahming, director de comunicaciones del Primer Ministro de Bahamas. Previamente se había reportado la muerte de Poitier en Bahamas.

Pocos astros del cine, negros o blancos, tuvieron una influencia como de Poitier dentro y fuera de la pantalla. Antes de Poitier, quien era hijo de agricultores de tomate bahameños, ningún actor negro había tenido una carrera como actor principal o podía hacer que una película fuera producida por su poder como astro. Antes de Poitier a pocos actores negros se les permitía salirse de los estereotipos de sirvientes temerosos o artistas alegres. Antes de Poitier, los cineastas de Hollywood pocas veces intentaban contar la historia de una persona negra.

El ascenso de Poitier reflejó los profundos cambios en Estados Unidos en las décadas de 1950 y 1960. A medida que las actitudes raciales evolucionaban durante la era de los Derechos Civiles y las leyes de la segregación eran anuladas, Poitier era el actor a quien recurría la industria cautelosa para historias sobre el progreso.

Era el convicto negro prófugo que se hace amigo de un prisionero blanco racista (Tony Curtis) en “The Defiant Ones” (“Fuga en cadenas”). Era el oficinista galante que se enamora de una chica blanca ciega en “A Patch of Blue” (“Cuando sólo el corazón ve”). Era un trabajador en “Lilies of the Field” que construye una iglesia para un grupo de monjas. En uno de sus grandes papeles de teatro y cine, era un joven padre ambicioso cuyos sueños chocan con los de otros miembros de su familia en “A Raisin in the Sun” (“El sol brilla para todos”) de Lorraine Hansberry.

Los debates sobre diversidad en Hollywood inevitablemente llevaban hacia la historia de Poitier. Con su rostro atractivo e impecable, su mirada intensa y su estilo disciplinado, fue por años no sólo el más popular actor negro, sino el único.

“Hacía películas cuando el otro negro cerca era el chico que lustraba los zapatos”, recordó en una entrevista con Newsweek de 1988. “Era como el único tipo en el pueblo”.

Poitier alcanzó la cima en 1967 con tres de las películas más notables: “To Sir, With Love” (“Al maestro, con cariño”) en la que interpretaba a un maestro que se gana a sus estudiantes rebeldes en una secundaria de Londres; “In the Heat of the Night” (“Al calor de la noche”) como el determinado detective de la policía Virgil Tibbs; y en “Guess Who’s Coming to Dinner” (“¿Sabes quién viene a cenar?”) como un doctor que desea casarse con una mujer blanca que conoce recientemente y cuyos padres eran interpretados por Spencer Tracy y Katharine Hepburn en su última película juntos.

Los propietarios de los cines nombraron a Poitier el astro número uno de 1967, era la primera vez que un actor negro encabezaba la lista. En 2009 el presidente Barack Obama, cuyo mandato era a veces comparado con los logros de Poitier, le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad y dijo que el actor “no sólo entretuvo sino que iluminó … revelando el poder de la pantalla para unirnos”.

Su atractivo también le trajo las dificultades que enfrentaron otras figuras históricas como Jackie Robinson y el reverendo Martin Luther King Jr. Fue objeto de la intolerancia de los blancos y acusaciones de falta de lucha por parte de la comunidad negra. Poitier era mantenido, y se mantenía, con estándares por encima de sus colegas blancos. Se negaba a interpretar cobardes y tomaba personajes, especialmente en “Guess Who’s Coming to Dinner”, de una bondad casi divina. Desarrolló una personalidad sólida y resuelta, ocasionalmente humorosa, cristalizada en su más famoso diálogo “¡Me dicen el señor Tibbs!” de “In the Heat of the Night”.

“A todos aquellos que no ven nada de valor cuando me miran y entonces niegan mi valor, a ellos les digo ‘no estoy hablando sobre ser tan bueno como tú. Aquí me declaro mejor que tú’”, escribió en su libro de memorias, “The Measure of a Man” publicado en el 2000.

Incluso en su mejor momento fue criticado por estar fuera de sintonía. Lo llamaron Tío Tom y “un lustrador de zapatos de un millón de dólares”. En 1967, el diario The New York Times publicó un ensayo del dramaturgo negro Clifford Mason, “Why Does White America Love Sidney Poitier So?” (Entonces ¿por qué Estados Unidos ama a Sidney Poitier?) en el que Mason desestimaba las películas de Poitier como “una desviación esquizofrénica de los hechos históricos” y al actor como un peón para “el sentido del hombre blanco sobre lo que está mal en el mundo”.

La fama tampoco evitó que Poitier enfrentara racismo y condescendencia. Tuvo trabajos para encontrar una casa en Los Angeles y fue seguido por el Ku Klux Klan cuando visitó Mississippi en 1964, no mucho tiempo después de que tres trabajadores por los Derechos Civiles fueran asesinados ahí. En entrevistas los periodistas solían pasar por alto su obra y le preguntaban en cambio sobre raza y asuntos actuales.

“Soy un artista, estadounidense, contemporáneo”, dijo molesto durante una conferencia de prensa de 1967. “Soy muchas cosas así que deseo que ustedes me den el merecido respeto”.

Poitier no se involucró políticamente como su amigo y contemporáneo Harry Belafonte, lo que llevó a ocasionales conflictos entre ellos. Pero participó en la marcha de 1963 en Washington y otros eventos por los Derechos Civiles y como actor se defendió y puso en riesgo su carrera. Se negó a firmar promesas de lealtad durante la década de 1950 cuando Hollywood estaba en contra de supuestos comunistas, y rechazó papeles que le parecían ofensivos.

“Casi todas las oportunidades de trabajo reflejaban la percepción estereotípica de los negros que había infectado toda la consciencia del país”, recordó. “Yo no tenía la capacidad de hacer esas cosas. No estaba en mí. Había elegido usar mi trabajo como un reflejo de mis valores”.

Las películas de Poitier solían ser sobre triunfos personales en vez de temas políticos más amplios, pero el clásico papel de Poitier, de “In the Heat of the Night” o “Guess Who’s Coming to Dinner” era el de un hombre negro de tal decencia y compostura – Poitier se volvió sinónimo de la palabra “dignificado”- que se granjea a los blancos que se oponen a él.

Su carrea en el cine se redujo a finales de la década de 1960 cuando los movimientos políticos, negros y blancos, se volvieron más radicales y las películas más explícitas. Actuó con menos frecuencia y dio menos entrevistas, pero al mismo tiempo comenzó a dirigir y entre sus créditos destacan la farsa con Richard Pryor-Gene Wilder “Stir Crazy” (“Locos de remate”), “Buck and the Preacher” (“Buck y el farsante” coprotagonizada por Poitier y Belafonte, y las comedias de Bill Cosby “Uptown Saturday Night” and “Let’s Do It Again” (“Dos tramposos con suerte”).

En las décadas de 1980 y 1990 apareció en las películas “Sneakers” (“Héroes por azar”) y “The Jackal” (“El Chacal”) así como varias películas para televisión, recibiendo nominaciones al Emmy y al Globo de Oro como el juez de la Corte Suprema de Justicia Thurgood Marshall en la serie “Separate But Equal” y nominaciones al Emmy por su retrato de Nelson Mandela en la película para televisión “Mandela and De Klerk” (“Mandela y de Klerk”). El público del teatro recordó al actor a través de una aclamada obra en la que era nombrado, “Six Degrees of Separation” de John Guare, sobre un defraudador que afirmaba ser el hijo de Poitier.

En años recientes una nueva generación lo conoció a través de Oprah Winfrey, quien eligió “The Measure of a Man”, para su libro club. A su vez Poitier celebró el ascenso de astros negros como Denzel Washington, Will Smith y Danny Glover: “¡Es como si la caballería viniera a relevar a las tropas! No sabes lo contento que estoy”, dijo.

Poitier recibió numerosos premios honorarios, incluyendo un premio a la trayectoria del Instituto Estadounidense de Cine y un Oscar honorario en 2002, la misma noche que dos actores negros se llevaron el Premio de la Academia, Washington por “Training Day” (“Día de entrenamiento”) y Halle Berry por “Monster’s Ball” (“El pasado nos condena”).

“Siempre estaré persiguiéndote Sidney”, dijo Washington, quien había entregado antes el premio honorario a Poitier, durante su discurso de agradecimiento. “Siempre estaré siguiendo tu huella. No hay nada que me gustaría hacer más, señor, nada más”.

Poitier tuvo cuatro hijas con su primera esposa, Juanita Hardy, y dos con su segunda esposa Joanna Shimkus, quien actuó con él en su película de 1969 “The Lost Man”. Su hija Sydney Tamaii Poitier actuó en series como “Veronica Mars” y “Mr. Knight”.

Su vida terminó con adulación, pero comenzó entre penurias. Poitier nació prematuramente pesando apenas 1,3 kilos (3 libras) en Miami a donde habían viajado sus padres para entregar tomates de su finca en la pequeña Isla del Gato en las Bahamas. Pasó sus primeros años en esa remota isla, que tenía una población de 1.500 habitantes y donde no había electricidad y dejó la escuela a los 12 años y medio para ayudar a su familia. Tres años después fue enviado a vivir con un hermano en Miami, su padre temía que la vida de las calles de Nassau fuera una mala influencia. Con tres dólares en el bolsillo, Sidney viajó en la tercera clase de un barco carguero.

“El olor en esa sección del barco era tan horrible que pasé una buena parte sacando la cabeza por el borde”, dijo a The Associated Press en 1999. Mientras que agregó que Miami le enseñó pronto del racismo. “Aprendí muy rápido que había lugares a donde no podía ir, que me interrogarían si caminaba por varios barrios”.

Poitier se mudó a Harlem y se vio tan apabullado por su primer invierno que se enroló en el ejército, mintiendo sobre su edad al jurar que tenía 18 años cuando todavía no había cumplido 17. Lo asignaron a un hospital mental en Long Island donde le sorprendió la crueldad con la que los médicos y enfermeras trataban a los soldados pacientes. En su autobiografía de 1980 “This Life” relató como escapó del ejército al fingir que padecía de sus facultades mentales.

De vuelta en Harlem estaba revisando el diario Amsterdam News en busca de un empleo como lavaplatos cuando se dio cuenta de un anuncio que buscaba actores en para la compañía American Negro Theater. Acudió y le dieron un guion y le dijeron que subiera al escenario. Poitier nunca había visto una obra en su vida y apenas podía leer. Se atoró con sus diálogos por su fuerte acento caribeño y el director le pidió que se retirara.

“Al caminar hacia el autobús lo que me humilló fue que diera a entender que todo lo que él podía ver en mi era un lavaplatos”, dijo Poitier a AP después.

“Me molesté tanto y dije ‘me voy a convertir en actor, sea lo que sea eso, no quero ser un actor pero tengo que convertirme en uno para regresar y demostrarle que puedo ser más que un lavaplatos’, esa se volvió mi meta”.

Poitier regresó al American Negro Theater y fue nuevamente rechazado. Después logró un acuerdo, sería conserje del teatro a cambio de clases de actuación. Cuando terminaron las clases sus compañeros pidieron que estuviera en la obra grupal. Otro caribeño, Belafonte, fue elegido para el papel principal. Cuando Belafonte no pudo hacer una función de estreno por sus propias obligaciones como conserje, su suplente, Poitier, acudió al rescate.

Entre el público había un productor de Broadway que lo eligió para una versión con un elenco negro de “Lysistrata”. La obra duró cuatro noches, pero las reseñas que elogiaban a Poitier le valieron un empleo como suplente en “Anna Lucasta” y después el papel principal en la gira. En 1950 llegó a la pantalla con “No Way Out” (“El odio es ciego”) interpretando a un médico cuyo paciente, un hombre blanco, muere y entonces es acosado por el hermano del paciente, Richard Widmark.

Entre sus primeras películas destacan “Blackboard Jungle” (“Semilla de maldad”) en la que Poitier era un rudo estudiante de bachillerato (el actor era veinteañero para entonces) en una escuela violenta; y “The Defiant Ones” que le valió a Poitier su primera nominación como mejor actor y la primera para un negro. El tema de las diferencias culturales se volvía ligero en “Lilies of the Field”, en la que Poitier interpretaba a un trabajador bautista que construye una capilla para un grupo de monjas católicas, refugiadas de Alemania. En una escena memorable, les da una clase de inglés.

La única actriz negra en ganar un Oscar antes de Poitier fue Hattie McDaniel, quien se lo llevó en la categoría de actriz de reparto en 1939 por “Gone With the Wind” (“Lo que el viento se llevó”) Nadie, incluyendo a Poitier, consideraba que “Lilies of the Field” fuese su mejor película, pero los tiempos eran correctos (el Congreso aprobaría pronto la Ley de Derechos Civiles de 1964, para la que Poitier había hecho cabildeo) y el actor era favorecido incluso por encima de competidores como Paul Newman por “Hud” (“El indomable”) y Albert Finney por “Tom Jones”. Newman era uno de los que apoyaban a Poitier.

Cuando la presentadora Anne Bancroft anunció su victoria, el público ovacionó por tanto tiempo que Poitier se olvidó momentáneamente de su discurso. “Ha sido un largo camino para llegar a este momento”, dijo.

Poitier nunca pretendió que su Oscar fuera una “varita mágica” para los actores negros, como señaló después de su triunfo, y compartía la frustración de sus críticos con algunos de los papeles que aceptó, reconociendo que sus personajes eran a veces tan asexuales que se volvían casi “neutros”. Pero también se sentía afortunado de alentar a quienes los siguieron.

“A los jóvenes cineastas afroestadounidenses que han llegado a la cancha, estoy lleno de orgullo porque estén aquí. Estoy seguro que como yo han descubierto que nunca fue imposible, simplemente un poco más difícil”, dijo en 1992 cuando recibió el premio a la trayectoria del Instituto Estadounidense de Cine.

“Bienvenidos jóvenes negros. Aquellos que estuvieron antes de ustedes los miran con satisfacción y los dejan con una sencilla tarea: sean fieles a ustedes mismos y sean útiles para el camino”.