Mientras intentaban recuperarse tendidos en la cama de un hospital, los sobrevivientes del accidente que mató a 55 migrantes e hirió a más de un centenar en el sur de México tenían muy claro que la diferencia entre la vida y la muerte fue su ubicación dentro del camión que se estrelló.
“Los que murieron fueron los que iban pegados a los muros del tráiler”, dijo un joven guatemalteco que estaba siendo tratado por una fractura en un brazo en un hospital local. Quedaron aplastados entre los hierros de la caja. Los que iban en el centro se salvaron, protegidos por los cuerpos de sus compañeros cuando el contenedor se volcó en la carretera.
“Gracias a Dios nosotros íbamos a la mitad. Los que iban pegados a los lados son los que murieron cuando fue a pegar en el suelo”, agregó el guatemalteco que no quiso dar su nombre porque no tenía documentos de estancia legal en México.
Cuando el camión chocó contra la base de un puente peatonal de acero el jueves por la tarde cerca de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas, todo se transformó en un cúmulo de gritos y sangre, comentó el joven. Había, según su recuento, unos 250 migrantes a bordo. El joven dijo que el conductor del camión entró en una curva cerrada a gran velocidad y perdió el control.
Los vivos salieron primero abriéndose paso entre la maraña de migrantes ya muertos o moribundos. “Cuando yo caí, los compañeros se cayeron encima de mi, eran como 2 o 3 que estaban encima de mí”, recordó.
Luego vino la lúgubre tarea de intentar sacar a los heridos. “Al levantarme, el otro compañero aun estaba gritando”, explicó. “Yo jalé, lo saqué, lo puse en la orilla, pero él falleció”.
El jueves fue uno de los días más mortíferos para quienes cruzan México con la vista puesta en Estados Unidos desde la masacre de 72 migrantes a manos del crimen organizado en 2010 en el estado norteño de Tamaulipas.
Si bien el gobierno mexicano está tratando de apaciguar a Estados Unidos con una política de contención en el sur, intentando disolver las caravanas de migrantes que salieron caminando y permitiendo el restablecimiento de la política de “Permanecer en México”, no ha podido evitar que miles de migrantes crucen el país hacinados en camiones gestionados por redes de traficantes que cobran miles de dólares para llevarlos a la frontera estadounidense, viajes que con demasiada frecuencia solo los llevan a la muerte.
Aunque hay controles en las carreteras y muchos vehículos con migrantes son detectados, otros pasan desapercibidos. El jefe de la Guardia Nacional, Luis Rodríguez Bucio, reconoció que el camión accidentado logró pasar por los puntos de control sin que se detectara su carga humana.
La mayoría de los que el jueves vieron su ‘sueño americano’ truncado eran de Guatemala, como Celso Pacheco, quien sentado aturdido junto al remolque volcado momentos después del accidente, decía que sintió como si el vehículo hubiera acelerado y luego quedara fuera de control. Según Pacheco, aproximadamente una decena de niños iban en el tráiler.
Las autoridades dijeron que también había a bordo migrantes de Honduras, Ecuador, República Dominicana y México.
Algunos de los supervivientes dijeron haber pagado entre 2.500 y 3.500 dólares para ser transportados al estado de Puebla desde donde contratarían a nuevos traficantes hasta llegar a la frontera con Estados Unidos.
Según las autoridades de Chiapas, el camión venía de Comitán de Domínguez, un municipio fronterizo con Guatemala que está en una de las rutas habituales del tráfico ilegal de migrantes.
El subsecretario de Seguridad Pública, Ricardo Mejía, aseguró que ya se tiene ubicado al chofer, el operador, el vehículo, las placas y los propietarios de las unidades implicadas en el hecho, así como a una red de dueños de camiones que se dedican a movilizar a los extranjeros.
Andrés, un migrante de Izabal, Guatemala, tuvo suerte. El camión le expulsó mientras la caja daba vueltas. Su cuñado quedó entre los escombros. “Fuimos los dos que decidimos (irnos) y nos dimos el ánimo para venir, pero lamentablemente él no va a regresar conmigo vivo”.
A pesar de la tragedia del jueves y los muchos otros peligros que tienen las rutas migratorias en toda la región — donde este año han perdido la vida más de 1.000 migrantes, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones— el flujo sigue.
Miles cruzan de forma clandestina. Muchos menos van visibles, caminando en pequeños grupos, como uno con unas 400 personas que ya estaba a poco más de una jornada de Ciudad de México y siguió su ruta pese a las ofertas de las autoridades para trasladarles y regularizar su situación en otras zonas del país.
“Duele mucho cuando se dan estos casos”, expresó el viernes el presidente Andrés Manuel López Obrador y admitió que ha habido “lentitud” en Estados Unidos para resolver el problema de los migrantes. No obstante, defendió a su par Joe Biden alegando que para él no es un asunto sencillo actuar ante la “politiquería” de los partidos.
El mandatario insistió en el problema migratorio “no se resuelve con medidas coercitivas” sino que tienen que darse oportunidades de trabajo y bienestar a los migrantes. Además informó que a los supervivientes se les dará “alojamiento, alimentación y en caso de que acepten, tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias”.
El papa Francisco, que visitó Chiapas en 2015 y ha hecho de la difícil situación de los migrantes un sello distintivo de su papado, envió un telegrama de condolencias el viernes al arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, ofreciendo oraciones por los muertos y sus familias, y por los heridos.
El presidente guatemalteco, Alejandro Giammattei, se unió a las condolencias desde el jueves y su canciller, Pedro Brolo, viajó a Chiapas junto a otros funcionarios para agilizar los trámites de repatriación de los fallecidos y la atención a los heridos. Después tenía prevista una reunión con su homólogo mexicano.
Mientras tanto, Guatemala decretaba tres días de luto por una tragedia anunciada.