Al pisar los escalones metálicos de la parte exterior del rascacielos, un arnés garantizaba que no caería al vacío, desde casi 400 metros (1.300 pies) de altura.

Podía ver la ciudad de Nueva York a mis pies una mañana reciente. Hacia el sur asomaba One World Trade Center, el edificio pegado al sitio que ocuparon alguna vez las Torres Gemelas. Hacia el este, la aguja del Empire State. Hacia el oeste, Nueva Jersey, según nos dijo nuestra guía, Anissa Barbato.

Estaba en el City Climb, la nueva atracción en el 30 de Hudson Yards, uno de los edificios más altos de la ciudad, que ofrece a los visitantes aventureros una perspectiva de Nueva York única: Sin muros, ventanales ni barandas de por medio.

La experiencia cuesta 185 dólares y comienza con una sesión informativa de los protocolos de seguridad. Grupos de hasta ocho personas se enfundan uniformes enterizos azules que evitan que a la gente se le caigan cosas encima de transeúntes.

Los escaladores reciben arneses ligados a rieles que usan para subir por escaleras al aire libre, desde un primer puesto de observación conocido como el Cliff hasta la plataforma más alta, el Apex, a 387 metros (1.271 pies) de altura, sobre la Décima Avenida.

En la plataforma más alta, pueden asomarse por el borde y observar el Empire State.

City Climb funcionará llueva, nieve o haya sol. Solo dejará de funcionar si las temperaturas bajan de los menos cinco grados Celsius (23 Fahrenheit) o si las condiciones climáticas son peligrosas.

Al comenzar la escalada, sentí un nudo en el estómago apenas crucé un ingreso a una “Zona Restringida” y me asomé al Cliff. Mis manos se entumecieron por el frío mientras subía 161 escalones por el borde exterior de la distintiva cima triangular del edificio.

Miré hacia abajo, donde las personas que caminaban por la plaza del Hudson Yards parecían hormigas.

Cuando llegamos al Apex, la guía Barbato nos dijo, “Bienvenidos a la cima del mundo”.

Acto seguido, se tiró hacia atrás, con los brazos extendidos, y quedó colgando, sostenida por sogas que evitaban su caída.

“Coloquen los tobillos en el borde, doblen las rodillas e impúlsense hacia afuera”, dijo uno de los guías.

Seguí las instrucciones y llegó el momento de abrir los brazos.

No sabía si quería hacerlo, pero todos me miraban. Pensé en la época hace casi 20 años, cuando era estudiante universitario y fuimos con unos amigos a hacer saltos bungee. No me animé y siempre lo lamenté.

Me solté.

No fue tan duro como me imaginaba. Siempre y cuando no pensase en que caería a la calle. Es una caída de nueve segundos, una muerte segura.

Barbato dijo que la escalada atrae a gente aventurera, que quiere demostrarse a sí misma que puede superar su temor a la altura.

“Exploradores urbanos que buscan algo interesante que hacer en la ciudad”, expresó. También anticipó la visita de “gente que quiere superar obstáculos”.

“Esta será una experiencia maravillosa, que le cambia la vida mucha gente”, pronosticó.

Luego de lo que pareció una eternidad —fueron en realidad 30 o 40 segundos—, así el arnés y me enderecé. No le temo a la altura, pero la respeto. Y cuando pisé firmemente la plataforma, sentí que había hecho algo especial.