El nuevo plan del Pentágono exige que todas las fuerzas armadas de Estados Unidos incorporen las realidades de un planeta más caliente y hostil, desde incluir el deterioro de las condiciones climáticas extremas en la planeación estratégica hasta el entrenamiento de los soldados sobre cómo asegurar sus propios suministros de agua y tratar las heridas por calor.
El Pentágono —cuyos aviones, portaaviones, caravanas de camiones, bases y edificios de oficinas consumen en conjunto más petróleo que la mayoría de los países— fue uno de los organismos federales a los que el presidente Joe Biden ordenó reformar sus planes de adaptación climática una vez que asumió el cargo en enero. Una veintena de dependencias dieron a conocer esos planes el jueves.
“Estos son pasos esenciales, no solo para cumplir un requisito, sino para defender a la nación en en cualquier condición”, escribió el secretario de Defensa, Lloyd Austin, en una carta que acompaña al plan climático del Pentágono.
Se trata de la continuación de décadas de evaluaciones militares en las que se afirma que el cambio climático es una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, dado el aumento de los riesgos de conflicto por el agua y otros recursos más escasos, las amenazas a las instalaciones militares y cadenas de suministro del país, y los riesgos añadidos para las tropas.
Las fuerzas armadas de Estados Unidos son el mayor consumidor institucional de petróleo del mundo y, como tal, un responsable clave del deterioro del clima a nivel mundial. Pero el plan del Pentágono se centra en la adaptación al cambio climático, no en reducir su enorme producción de contaminación por combustibles fósiles que destruye el clima.
El plan esboza en términos comerciales el tipo de riesgos a los que se enfrentan las fuerzas estadounidenses en el sombrío mundo que les espera: El colapso de los caminos ante el paso de las caravanas al derretirse el permafrost —capa de suelo congelado de regiones muy frías— y equipos cruciales que fallan con el calor o el frío extremos. Tropas estadounidenses en regiones áridas extranjeras que compiten con las poblaciones locales por las escasas reservas de agua, creando “fricciones o incluso conflictos”.
El empeoramiento de los incendios forestales en el oeste de Estados Unidos, huracanes más feroces en las costas y el aumento del calor en algunas zonas ya están interrumpiendo el entrenamiento y la preparación militar estadounidense.
El nuevo plan del Departamento de Defensa cita el ejemplo del huracán Michael en 2018, el cual impactó la base aérea de Tyndall en Florida. Más allá de los 3.000 millones de dólares que costó su reconstrucción, la tormenta dejó fuera de servicio durante meses al principal simulador del país y el aula de entrenamiento de los aviones de combate furtivos F-22. Esa fue apenas una de varias tormentas e inundaciones que han afectado las operaciones de las bases estadounidenses en los últimos años.