La ciencia requiere aún de tiempo y profusas investigaciones para saber por completo los posibles efectos secundarios de enfermar de COVID-19, y conforme avanza la pandemia se conocen más datos que se divulgan en publicaciones científicas. Ahora, una investigación difundida en la prestigiosa revista Nature reveló que el COVID encoge el cerebro y lo envejece, incluso en casos leves.

Los cambios en detrimento del tamaño y el grosor de la materia gris fueron observados en participantes del Biobank en Reino Unido, una enorme base de datos biomédica que contiene información detallada de aproximadamente medio millón de personas, y que está disponible para los investigadores de enfermedades comunes y potencialmente mortales en el mundo.

El estudio, realizado con imágenes cerebrales de 785 pacientes entre 51 y 81 años de edad, reveló una fuerte evidencia de anomalías en el cerebro relacionadas con el COVID-19. Los expertos observaron tres cambios principales en la materia gris de las personas que se habían contagiado con el virus SARS-CoV-2 y que incluso habían cursado una infección leve.

En primera instancia observaron una reducción en el grosor de la materia gris; en segundo lugar, daño del tejido en regiones relacionadas con la corteza olfativa primaria y, por último, una reducción global del tamaño del cerebro. Además, en comparación con quienes no habían enfermado de COVID, los pacientes mostraron un mayor deterioro cognitivo al comparar dos momentos distintos de su vida.

Los investigadores consideran que “estos resultados de imágenes del cerebro principalmente límbico pueden ser las características in vivo de una propagación degenerativa de la enfermedad a través de las vías olfativas, de eventos neuroinflamatorios o de la pérdida de información sensorial debido a la anosmia (pérdida del gusto y el olfato)”.

Si bien es normal que las personas pierdan entre el 0.2% y el 0.3% de materia gris conforme pasa el tiempo, el estudio encontró que quienes han padecido COVID pierden entre un 0.2% y un 2% adicional, por lo que consideran que, a largo plazo, la infección puede contribuir al desarrollo de Alzheimer u otras formas de demencia.

Los investigadores no saben si este impacto nocivo en el cerebro se puede revertir parcialmente o si los cambios persistirán a largo plazo, por lo que planean repetir sus pesquisas con los mismos participantes en uno o dos años.